jueves, 11 de mayo de 2017

Día 10: Nuestro primer día en Amsterdam

Como nos habíamos acostado temprano, a las 7:30 ya estábamos despiertos y desayunando los waffles en bolsita y el café Nespresso que nos había dejado Gerard (definitivamente no era ningún diablo, como el de Gante).
A las 9 salimos a la calle, pero el Museo Casa de Rembrandt, nuestra primer parada, no abría hasta las 10, así que dimos unas vueltas por el centro para verlo esta vez de día.  
Luego de ver que algunos amanecen en extrañas formas en Amsterdam, finalmente nos dirigimos al museo.
El Museo Casa de Rembrandt, sorprendentemente, salvo algunos grabados y pequeñas aguasfuertes (algunas excepcionalmente hermosas), no tiene muchas obras de Rembrandt, las cuales están dispersas por todos los museos del mundo, la particularidad que tiene es que es la casa donde vivió la mayor cantidad de su vida. Y de esta forma podemos ver cómo era su atelier, cómo vendía sus obras, cómo le enseñaba a sus discípulos y hasta como dormía, al tiempo de enterarnos, con pormenores, tal vez demasiados, sobre su relación con un tal Jan Six, que los holandeses conocerán mucho pero nosotros, ni jota.
 

 

Salimos del museo y nos encontramos, justo a la vuelta, con un gran mercado de pulgas, que son mi perdición. Y pese a la fama que sé que lo antecede al madrileño, este Waterlooplein Markt es mucho más lindo que el Rastro.
 


De ahí caminamos hasta la Oude Kerk (la antigua iglesia), enclavada en pleno Barrio Rojo. El sincretismo de Amsterdam en su mayor expresión, no sólo la iglesia está justo enfrente de varias de las vidrieras donde las chicas se contonean en ropa interior ofreciendo los placeres más oscuros del sexo, sino que en la propia plazoleta de la iglesia hay una estatua que recuerda a todas las trabajadoras de la prostitución, magnífico. Amsterdam, definitivamente, o la amás o la odiás, estamos en el primer grupo sin dudas. (Los grabados en las gradas interiores de la Oude Kerk merecen un blog por si mismas, mezcla extraña de devoción piadosa y monstruosas representaciones casi en tono satírico). 
 


 


Caminamos hasta la iglesia clandestina de Nuestro Señor en el Ático (Ons’ Lieve Heer Op Solder), también conocido como Museo Amstelkring. Tras la Reforma, en 1663, Amsterdam se convirtió en una capital protestante en la que se prohibió el culto católico en público, por esto (y como no estaba prohibida la práctica privada) construyen las primeras iglesias católicas secretas. Amstelkring fue la segunda iglesia clandestina de la ciudad y la única que queda para visitarla. Es increíble cómo uno entra a una casa de familia (que está resguardada para ver cómo vivían en la época) y al subir por una angosta escalera caracol de repente se sale a una parroquia enorme con gradas, altar, púlpito y dos galerías. 

Al salir de ahí almorzamos en un restaurante de comida tibetana y a las 15:15 nos pusimos, con un acto de paciencia infinita, en la cola para comprar las entradas a la Casa de Ana Frank (porque cuando quisimos hacerlo por internet desde Puerto Madryn, ya estaban todas agotadas para esa semana).
 


 

A las 15:30 comenzó a moverse la cola que es cuando empiezan a vender los tickets, y después de una larga hora y media pudimos entrar. La visita es mucho más corta que la espera, pero entrar por esa puerta escondida detrás de la biblioteca, después de haber leído la historia de Ana en primera persona, y encontrarse con su pieza, donde estuvo casi tres años escondida, y ver esa pared donde una nena de doce años fue pegando sus anhelos y sueños preadolescentes en forma de recortes de revistas es una sensación que embarga hasta al corazón más pétreo.


 
Ya en la calle y escapándole al bajón, nos metimos en The Pankake Bakery, supuestamente el lugar más famoso de Holanda para comer panqueques, y con el de jamón y queso rociado con jarabe de melaza realmente le hicieron honor a tamaña fama.
Sabíamos que por la zona (y por todo Amsterdam) hay regadas diversas estatuas de un autor anónimo que queríamos descubrir, de hecho, a pocas cuadras, creíamos, estaba la del ejecutivo, que corre por la calle con su maletín y sin su cabeza, pero nos perdimos entre los canales y no pudimos encontrarla.  
 

 

Lo que sí hallamos fue a un grupo de amigos que había decidido sacar el sillón del living a la calle ¿? y también el barco de los gatos, un bote atracado en uno de los canales en el cual solo viven, obviamente, gatos.
 

Compramos unas ensaladas en un supermercado, cenamos rápido en el departamento y nuevamente salimos a pasear por el centro de Amsterdam, que tiene un ambiente inimitable, tal vez semejante sólo al French Quarter de Nueva Orleans.

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