Era
nuestro último día completo en Europa, no podíamos dormir hasta
tarde, así que antes de las 8 ya estábamos arriba y a las 9 ya
caminábamos por la vecina Delft, uno de los puntos de Holanda que
todo el mundo nos había recomendado, la cuna de la porcelana azul de
Holanda. Si bien era temprano y todo estaba cerrado, nos embargó el
aire bucólico de este pueblo holandés, desayunamos y salimos para
Aarkman, que si bien queda al norte de los Países Bajos y más
cerca de Amsterdam que de Roterdam, era sólo los viernes el día de
su famoso mercado de quesos, así que tuvimos que armar un cronograma
medio intrincado.
A las 11 dejamos el coche en un estacionamiento y llegamos perfecto para la demostración, en la plaza central, de cómo en la antigüedad los productores de quesos llegaban con sus carros al mercado y trasladaban las grandes hormas a pulso hasta las balanzas del edificio. Un espectáculo pintoresco y muy tradicional.
Después
seguimos caminando por esta preciosa ciudad, cruzándonos, como en todo nuestro recorrido por los Países Bajos, con este pajarito negro, de capucha gris y ojos bordeados de turquesa...
Pero cometimos el error
de entrar a la iglesia de Aarkman. Digo error porque estaban presentando un
concierto de música medieval interpretado por varios artistas de
todo el mundo en los antiguos órganos. Por un lado no podíamos
quedarnos las dos horas que eran necesarias para escuchar todo el
concierto y por el otro, ante ese espectáculo leímos la agenda de
actividades y nos desayunamos que esa misma noche (y ya no quedaban
entradas) se iba a presentar en esa misma iglesia la filarmónica de
Amsterdam con nada menos que la obra de Karl Off Carmina Burana...
Este tipo de cosas no hace más que confirmarnos que nuestra afición de organizar nuestros viajes con mucha anticipación e investigando
los lugares que vamos a visitar es necesario y hasta casi
obligatorio, porque esto se nos escapó al no darle bolilla a la
parte cultural de Aarkman a favor de la histórica, ¡cómo nos
hubiera gustado estar en un concierto de Carmina Burana justo para
nuestro viaje aniversario!
Tratando
de capear la desilusión, caminamos por la peatonal y nos encontramos con un organillero, almorzamos unos sanguches de queso y unos
minipanqueques en los puestos del mercado y salimos hacia Haarlem,
que apenas recorrimos con el coche.
De ahí hacia Lisse, en busca de
sus famosos campos de tulipanes, pero era fines de mayo, no quedaba
en pie ni uno solo. Debíamos remontar el día, que con lo de Carmina
Burana y los tulipanes venía en rotunda bajada, así que pasamos
por la hermosa Leiden y llegamos hasta La Haya (Den Haag en
neerlandés). No dábamos ni cinco guitas por La Haya, la visitamos
únicamente para conocer la Corte Penal Internacional (que conocimos), pero esta ciudad nos sorprendió maravillosamente.
El centro histórico es asombrosamente lindo y se huele un ambiente
cosmopolita como en pocos lados del mundo.
Nos
sentamos frente al palacio a comer unas bolitas de carne
tradicionales (que a mí no me gustaron ni miércoles) con cerveza y
finalmente nos volvimos a cenar en Delft.
Pero,
como era temprano, y nunca lo habíamos hecho, nos metimos en el Ikea
que hay en la entrada del pueblo, no hay mucho para contar, un gran
Home Depot, pero después de tantas series había que conocerlo.
A
las 18:30 estábamos dejando el coche a las afueras del centro de
Delft y nos encontramos a todo el pueblo en la calle, según nos
explicaron eran cuatro días de competencias estudiantiles y ese era
el último día con la entrega de premios y festejos. Así que no
estamos seguros si conocimos el Delft que todo el mundo nos había
dicho, porque de pueblo bucólico y tranquilo esa tarde no tuvo
mucho. Encontramos una plaza rodeada de bares y restaurantes con mucha
onda y cenamos unas costillitas de cerdo regadas con una deliciosa
cerveza (en mi vida tomé tanta cerveza como en este viaje a Holanda)
y nos volvimos al hotel.
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