Sabiendo
que ya nos íbamos, pero que tampoco teníamos mucho tiempo para
recorrer, remoloneamos un poco más en la cama y recién a las 9:30
dejamos el hotel. Nos sentíamos un poco culpables por haber estado
en Rotterdam y no haber conocido más que cinco cuadras a la redonda
del hotel, así que antes de encarar directamente a Amsterdam para
devolver el coche y partir hacia París pasamos por el centro de uno
de los puertos más grandes del mundo. Mal hecho, no sé si fue por
el poco tiempo o porque efectivamente la ciudad es así, pero
Rotterdam no nos gustó ni medio, así que subimos a la autopista
hacia Amsterdam.
Devolvimos
el coche (sufrí un poco cuando el agente de Sixt le hizo un
pormenorizado examen, pero no vio el rayoncito en el paragolpes que
le había hecho en el estrecho estacionamiento de Aarkman, al parecer
lo veía yo solo) y agarramos las valijas para entrar en la Estación
Central, donde nos recibió una última sorpresa. El Coro de Hombres
Gay de Amsterdam dio un concierto sorpresa en el gran salón del
edificio, y justo enfrente estaban a punto de viajar otro grupo de
coreutas mujeres que le hicieron el contrapunto improvisado en el
tema de Frozen, increíble.
Esperando
el tren a Paris encontramos el pub de la cerveza Delirum Tremens con
no sé cuánta demencial cantidad de cerveza tirada, de las cuales
dimos cuenta solo de algunas, especial y oportunamente, de la cerveza
25 aniversario.
A
las 15:17 más que puntual salió el tren hacia París, llegando a
Gard du Nord a las 18:35, sin perder tiempo (una decisión casi
providencial por lo que pasó después) tomamos el RER B, a pesar de
lo lleno que venía, hacia el aeropuerto De Gaulle.
Llegamos
al aeropuerto con varias horas de anticipación, con la intención de
hacer el check in, pasear por el freeshop y tirarnos un rato en el
salón VIP que habíamos averiguado nos habilitaba nuestra tarjeta,
pero después de despachar las valijas nos encontramos una fila de
más de 300 metros para hacer Migraciones, ¡de salida! Los
franceses habían dispuesto sólo dos personas para hacer ese trámite
para todos los vuelos de esa franja horaria, y una de esas personas
estaba dedicada únicamente para la Comunidad Europea y China,
toooooodo el resto debíamos pasar por una sola ventanilla y encima
compartida con la gente de Primera Clase que entraba por una puertita
y pasaba adelante de nuestros sufridos ojos. Una vergüenza, primer
mundo las pelotas.
En
esa fila estuvimos aproximadamente una hora y media, cada tanto
venían a buscar a alguno que se le estaba yendo el avión para
hacerlo pasar directamente y lo miraban admonitoriamente, como si
fuera de ellos la culpa, odié a los franceses en ese momento.
La
cosa es que finalmente el tiempo apenas alcanzó para hacer la otra
cola de seguridad aeroportuaria y llegar hasta la puerta para hacer
el preembarque. Moraleja, podés programar con venticinco años de
anticipación una cena en un barco sobre el Sena, pero a los
aeropuertos siempre llegá con dos horas más que lo estipulado
porque con esta gente nunca se sabe.
Fuera
de eso, el avión salió más o menos puntual, llegó a San Pablo
bien, aunque a decir verdad debimos caminar a tranco largo para
alcanzar a tiempo la combinación a Buenos Aires, a donde llegamos a
las 10 de la mañana del domingo.
Y
así terminó un viaje del que veníamos hablando desde el mismo día
que nos casamos, un viaje perfecto que coronó estos primeros
veinticinco años perfectos, con la mujer de mis sueños, Carolina,
la madre de mis hijos.
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