lunes, 15 de mayo de 2017

Día 6: El Louvre

A las 9 teníamos la entrada al Museo del Louvre, así que desayunamos rápidamente en nuestra boulangerie (Panadería en francés, creo que ya lo deje claro) y a las 8:45 ya estábamos frente a la gran pirámide de cristal. 


 

Teníamos un plan detallado, el Louvre es enorme, imposible recorrerlo en un solo día, así que la idea era visitar ciertas obras seleccionadas y después, si sobraba tiempo, el resto. Obviamente, la primera era la Mona Lisa, y como sabíamos que su salón siempre se llenaba de gente, y como nuestros viajes ya nos han enseñado que los chinos, en masa, son infranqueables (nunca llegamos a ver por completo El Jardín de las Delicias de El Bosco, en el Prado), ni bien entramos esquivamos el guardarropas y el acceso principal, doblamos hacia la derecha, directo al ala Denon. Cruzamos salones sin mirar las paredes, ascendimos si atención las escaleras, pasamos irrespetuosamente a la Victoria de Samotracia sin siquiera saludarla, pero la aventura tuvo frutos, llegamos al gran salón de la obra maestra de Leonardo Da Vinci casi en soledad, sólo otras cuatro personas, tan testarudas como nosotros, nos acompañaron en esa comunión maravillosa con una de las pinturas más trascendentales de la historia del arte. 

 


 

 

Después sí, ya colmados los ojos, volvimos sobre nuestros pasos y nos maravillamos con el tiempo necesario con esa monumental muestra del genio humano que es la Victoria de Samotracia. 

 

 

 



Y unos pisos más abajo le fui infiel, abiertamente, a Carolina enamorándome sin evitarlo de la Venus del Milo.
 



Lamentamos que el sector egipcio estuviera cerrado, paseamos por el ala oriental, evitamos voluntariamente todo el arte francés y salimos, pasado el mediodía, a almorzar en el Café de la Comedia, donde la histriónica Angelique nos sirvió las tartas más ricas de París.

 


Debíamos ya preparar las valijas para la partida de mañana, así que volvimos al departamento, más tarde compramos en el Monoprix de enfrente unos cuántos quesos, unas baguettes y una Leffe y salimos hacia La Bastilla, el lugar simbólico de la Revolución francesa, pero llovía, así que miramos la pequeña plazoleta desde debajo de una parada de colectivos, llegamos hasta la nueva ópera.

Luego tomamos el subte hacia los Campos Eliseos, justo enfrente del Grand Palais (el Beso de Rodin, que está en ese museo, quedará para la próxima visita a París).
Nos sentamos en un banco de una plaza sobre los Campos Eliseos para disfrutar nuestra cena parisina, mientras mirábamos las enormes y descaradas ratas del cantero de enfrente.
Luego, mirando las inalcanzables vidrieras de Vuitton, Cartier y demás de los Eliseos, llegamos hasta el Arco del Triunfo, subimos los 300 escalones hasta su terraza y nos extasiamos con una de las mejores vistas de la ciudad (mejor que la de la torre Eiffel porque justamente está la torre en ella) mientras atardecía sobre la capital de Francia. 



 


 


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